lunes, 14 de noviembre de 2011

14/11/2011

Me subo. Hoy que tocará: rumana con problema de concepciones en serie o cantante frustado algo alcoholizado. Sorpresa. Tío de conservatorio tocando la flauta travesera. Otro que seguro que tuvo la oportunidad de ser alguien y se quedó en personaje callejero. Bueno, no te va tan mal. Si hubieses hecho matemáticas no podrías ir por los vagones haciendo en la pizarra sumas en cadena, o ecuaciones imposibles. Dentro de lo malo eres la cream del mundo de la mendicidad. Un aplauso para él. Te han caido veinte céntimos. Y me da las gracias el muy memo.
 Hay un niño que me mira raro siempre. Debe tener unos ocho años y es bastante convencional. Moreno, pelo sin corte definido. Siempre muy abrigado y su madre con el uniforme de lo que parece un almacén de papelería. Por lo que pone en la serigrafía de su blusa. Me mira y no deja de mirarme. Pero sabe que no me gusta. Y sigue. La madre que lo parió. ¿No le han enseñado educación en su puñetera casa o en su colegio público de barrio decadente? No para, ahí sigue. No sé que ha visto en mí. A ver si es un niño gay y soy su primer amor. O tal vez alucina viendo tanta ruina a su alrededor y flipa conmigo. Eso es más probable. Pero su cara no es de asombro. Es más bien de indiferencia. Está claro que debe ser bastante tonto porque indiferencia, precisamente, no es algo que suelo ver al referirse a mí. Pero mira a otro sitio, chaval. De buena gana te diría lo que pienso de ti, mini-mierda. Pero la culpa no es tuya, es de la deficiente de tu madre que desde hace más de un año cada vez que coincidimos no te dice nada. Seguro que ni se ha dado cuenta. Y encima con ese maquillaje que usa, es superbrillante y ese corte de pelo que no se lleva hace por lo menos dos años. Como se va a dar cuenta de que me mira su hijo si no se da cuenta de su horrible aspecto. Vaya dos imágenes el bobo y doña Retro. Pero el tío no me quita ojo de encima.
El metro es un sitio que mantiene una higiene más que aceptable. Si lo piensas con detenimiento casi media ciudad lo usa diario, no es un sitio ventilado precisamente y motiva el sentimiento vandálico, seguramente porque el metro da una sensación atemporal. Es de día y de noche sin distinciones de ningún tipo. Sin Embargo en la calle, los momentos de plena luz no favorecen la impunidad sin recibir una recriminación. Pues con todo, no se conserva nada mal. Está muchas veces más sucia la calle que los propios pasillos de un metro. Huele mal, o mejor dicho no huele bien pero con la cantidad de gente que no mantiene una higiene diaria y tratándose de un espacio cerrado en su casi totalidad, el resultado no es del todo malo. Si a este conjunto añadimos la rapidez, comodidad, disponibilidad en buena parte de la ciudad y la ubicación de sus accesos al exterior, no se me ocurre mejor medio de transporte para moverme. Mi estación, salgo.
Como si nos llevásemos unos a otros en volandas. La salida de los vagones en estaciones frecuentadas es como si el metro se desangrase por sus orificios. Llama la atención por mucho que estés acostumbrado a coger el metro. A paso de procesión me desplazo por el andén hasta que alcanzo el desvío que me conduce al primer tramo de escaleras. Lo subo por las mecánicas, faltaría más. Pegado a la derecha me adelanta un hombre mayor y por poco me tira el portátil, el muy mineral. El término “animal” para estos casos no me parece despectivo, sino generoso. Las escaleras llegan a término. Deposito mis pies en la placa metálica con delicadeza. La mujer de atrás se tropieza y me golpea ligeramente en mi trasero. Me giro, me sonrie y sin abrir la boca compruebo con un gesto de mi mano a la cartera que siempre llevo en el bolsillo trasero derecho. Se acabó la risa. No me pongas esa cara mujer. Cualquiera puede ser un caco. De serlo tú ponte un pasamontañas, tu entorno te lo agradecería. Fea.

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